Podés habitar ese dolor ahora
Hay dolores a los que les damos la bienvenida, y dolores que despiertan nuestras resistencias más primitivas.
Algunos que podemos ver, reconocer y recibir fácilmente, y otros que nos cuesta mirar a los ojos.
Pero la sabiduría de nuestro organismo es sistémica. Somos un hermoso todo alma-mente-cuerpo.
Ante el dolor que nuestra mente no puede codificar, nuestro cuerpo - tarde o temprano- mandará señales para llevar allí nuestra atención.
En algún momento oportuno, nuestro sistema nos avisará -de forma más o menos camuflada- que hay algo que hace ruido internamente. Un nudo por desanudar. Energía bloqueada en un punto, pujando por volver a su flujo natural.
Cuando le damos lugar a un dolor viejo, hay alivio. Alivio que confirma el escape de energía que estábamos teniendo sin que nuestra mente incluso lo sospechara.
Y también pueden haber nuevas resistencias. Podemos resistirnos a los tiempos y formas que nuestro duelo nos va proponiendo.
Podemos resistirnos desde nuestras creencias sobre “cómo deberíamos” estar viviendo este proceso.
Estas señales y resistencias son, en esencia, aliadas.
Aliadas indicándonos que es nuestro tiempo de recibir ese dolor del alma, de hacerle espacio.
Nos invitan a frenar, para ver nuestra vulnerabilidad -ahora sí- a los ojos.
Una oportunidad para reconocer lo que incomoda, y crearnos nuevas alternativas y posibilidades, aprendiendo desde la praxis lo que es la entrega.
Una oportunidad para experimentar, como premio, una vitalidad recargada y expandida.
Cuando le abrimos la puerta a un dolor, hay también incertidumbre.
No sabemos qué traerá ese nuevo caudal del río. Pero sabemos que se viene. Y que ya no elegimos poner energía en frenarlo.
Podemos confiar en que es momento de habitar ese dolor ahora.
Si lo registramos, es porque estamos siendo un espacio seguro para darle lugar a esa emoción y crecer desde ella.